El HOMBRE AMARILLO

(GÉNESIS)

RUBÉN BALLESTAR URBÁN

El Hombre Amarillo llegó a la ciudad, una mañana de Mayo. Al principio pasó inadvertido. La primavera, el clamor de las bocinas y las diarias ocupaciones de los habitantes de Hammelin contribuyeron a ello. Pero con él la oscuridad (o la luz) llegó. Los habitantes de Hammelin se sintieron descubiertos. Era como un relámpago, inmóvil en el desierto…

LEOPOLDO MARÍA PANERO

α

el Hombre Amarillo contempla

la ruina inmunda en la que habito

y

jugando a ser mi dueño se me aparece en sueños

y

decide por mí sufre por mí ríe por mí

y

hace lo quiere a su antojo

sin que yo

me pregunte por qué

β

el sapo saltó desde lo más alto

y subió más allá de donde nada más había

y el Hombre Amarillo lo tomó en su lecho

sonrió

y lo volvió a abandonar sobre el llano

de donde tal vez no debió

comenzar a saltar un día

γ  

miro las horas y devoro

con cierta impaciencia mi vida

corre corre corre

como si al final de los todos

la nada sólo fuera

la indumentaria que al Hombre Amarillo

le hace ser el Hombre Amarillo

 

δ

la lucidez se me presenta

en momentos inapropiados

evacuándome de la realidad

a la que algunos se empeñan en seguir llamando

vida

muerte

bien

mal

dios

algo

que

el Hombre Amarillo me repite desde dentro

de mi oreja

ε

ópalo quejumbroso

piel desnuda rozada por frases displicentes

trotar desvanecido

galope suicida

sensación de piedad y angustia

soledad y egoísmo confrontados

púgiles alzados en gloria

hambre de sed

hambre de ser

alguien

ópalo quejumbroso

ζ

mis momentos de pausa

junto al Hombre Amarillo

me hacen consciente

de esta lejanía perpetua

que enlaza los segundos de la vida que corre

hacia ninguna parte

en concreto

sino que únicamente

corre

η

temblar como los sabios y los iluminados

me asusta

como también me asusta

la cara de Europa antes de su rapto

mitológico

al que no logro sucumbir

no sé si quiero sucumbir

prefiero quedarme en la nada

de siempre

amordazado y con los ojos vendados

por el Hombre Amarillo

en este eterno juego de la gallina ciega

sin tablero